¿Y tú quién eres? / Fauna nocturna
LA BARRA DE UNA DISCOTECA es como una jaula, pero al revés. Las fieras están fuera. Gritan, se empujan, insultan, gruñen, saltan, bailan, ríen, lloran, miran y, sobre todo, buscan. Me llamo Sara y trabajo de camarera en una discoteca de moda, en La discoteca de moda. Lo más. De noche, cuando todo es más claro.
Me han pedido que os hable de mi trabajo, pero lo divertido de mi trabajo es lo que no se cuenta de él. Así que voy a hablaros de vosotros, los que alguna vez pisasteis una discoteca, y yo os he visto. Dos son las cosas que hace la gente cuando llega a una discoteca: la primera, ir al lavabo:
— Un momento... Voy al lavabo.
— Ah, sí, yo también.
— Esperad, os acompaño, a ver cómo son...
La segunda, correr hacia la barra, la primera barra que encuentren. Allí estoy yo, y ahí empieza la historia. Atrás queda el ingenio, los nervios y la cara de buenos que ponen algunos para entrar a formar parte de los elegidos y poder entrar, ay, a La discoteca. Y atrás los que tuvieron que ir a casa tres veces para cambiarse de ropa y tendrán que hacerlo una cuarta porque hoy no es su día de suerte. Cuando se ha pasado la primera fase, guau, uno ya es libre, qué guay, ya estás dentro, y hay que celebrarlo. El siguiente objetivo a veces es más duro. Hay que llegar hasta la barra. La barra...uhhhh, la barra guapa nos espera allí, detrás de cientos de cuerpos que se agitan, huelen y parecen decididos a no dejarte pasar. Coño, parecen piedras que alguien ha puesto aquí con muy mala idea. Y claro, en La todo está lleno de piedras y no hay dios que pueda pasar...
Empieza la Operación Cubata... El alcohol es como una boca hermosa y extraña, una maliciosa turbulencia que a muchos atrae y a muchos pierde... Y tú, oh camarero guapo-tío-bueno-masiso-apañao trae para acá que tengo que calmar mi sed. O mi miedo. Todos, sin excepción, se agolpan como pasa en el Tetris en las barras. Desde el que ya forma parte del mobiliario (¿ése es Carlos o un bafle?), el que viene siempre pero todavía no sabe dónde están los lavabos (¡¡subiendo las es-ca-le-ras!!), el que no entiende cómo puede costar tanto un cubata (¡La semana pasada no valía tanto!), el que se pierde siempre (¿dónde dices que están los lavabos?), el que te puede tirar del pódium como te despistes (¡Mira que es grande la discoteca!), el que usa un perfume que más bien parece mata-humanos (¡Madre mía, qué pestazo!), el que ve enanitos colgados del techo (Mira, mira, ¡se están riendo de mí!), y el más conocido y relevante en el lugar: el que ve doble (¿Carlos?, ¡me vas a dejar sordo! —Perdona, tío, soy un bafle—).
La gente suele llegar a la discoteca en grupo, en pareja o a tientas. Los grupos arman jaleo ya en la puerta, vienen con una euforia chillona cuya mejor explicación nos la daría el vino peleón donde los haya que han engullido, como unos valientes, durante la cena. Por llamarle de alguna manera. Cómo no reconocer esas risas, el cachondeito, y esos mofletes que como el ADN todo el mundo tiene pero cada uno diferente. Son los únicos que no tienen frío esperando la larga cola en la calle, humm..., sospechoso. El grupo pasa la frontera y se crece, se le oye gritar como simio contento y seguro del triunfo... Vaya, y sólo han entrado a una discoteca. En la barra, son los típicos que a) si son pijos, te hacen el gran favor de pedirte a ti, insulso camarero, una copa, su copa. Y rapidito, que la noche es corta y las rubias escasean (las de verdad, claro). El pijo habla en voz baja y, bueno, pues el camarero no se entera y después de vociferar un “no-te-entiendo” que más bien suena a “¿qué-te-crees-tío-que-esto-es-el-cine?” le atiende rápidamente. Porque eso sí, fuera de la barra todo ocurre a su tiempo, a veces ni ocurre, pero dentro de una barra el tiempo brilla porque pocos lo han visto. De todas formas, servir un cubata a un pijo es bastante sencillo. Este tipo de gente bebe lo mismo, todos, y si no quieres esperarte a que su excelencia te vuelva a decir qué es lo que le apetece beber pues le pones un gintonic con la primera ginebra que te pille cerca y ni se entera. Pero hay que tener cuidado porque si te ve querrá Befeeter y, bueno, ya la has cagao. ¡A eso venía lo de rápido! Los grupos formados por no-pijos son más complicados, o lo que es lo mismo, tocan más la moral. Cada uno toma algo diferente y la característica que les une es la gran imaginación y la falta de lógica a la hora de seleccionar la copa (¿seguro que eso se puede mezclar?).
El peligro acecha si a los meticulosos porteros-forenses se les ha colado un grupo b) chungo. Cuidado. Muerden, ay, hablan fuerte. Estos no tendrán que repetírtelo. También sabes, cuando los ves, qué van a beber, pero con una simpatía arrolladora y pretendidamente artificial lo preguntas. Por si acaso. Por lo del buen rollito. Vamos, para que siga la fiesta y tú con todos los dientes. Es broma. Pero por si acaso, sonría, por favor, y no parpadee. Suelen pedir a las camareras, porque nadie puede mirar a sus chicas. Imagina un camarero guapo-tío-bueno-masiso-apañao sonriendo a... No quiero ni pensarlo. El grupo más concurrido es el formado por c) niñas. Llamémosle “niñas” a aquellas féminas a modo de Lolita que vienen de una fiesta de disfraces. Espectáculos dignos de ver. Son las que aparecen con la mochila y que suben al lavabo con dieciséis años y bajan con diez más, años, claro, porque lo que son centímetros... (“¿Te gusta mi falda?, es nueva.” —“¿Falda? ¡Qué tonta, creía que era un cinturón!”). Ellas son su propia moda, la última moda. Combinaciones inverosímiles que con seguridad aplastante contonearán como unas reinas. A menudo no son guapas, ni les hace falta, lo importante es que hay que derrochar calor, mucho calor, y que se tapen otras que a mí la ropa me sobra. A la hora de pedir una copa, esperarán con paciencia y tesón que “su” camarero, el más joven-guapo-tío-bueno-masiso-apañao les atienda a ellas, les ponga un chupito y les guiñe un ojo, ¡y hala, a bailar un ratito!
La gente, una vez repostado, después de varios intentos de soborno sin gracia para conseguir copas gratis (“Una para ti, ¡guapa!” —Sólo faltaría qué tú me pagaras a mí la bebida!—) y otros tanto de escaqueo meticulosamente planeado a la hora de pagar... (“Perdona, sí, tú, el cubata no es gratis”), siente dentro de sí que ahora empieza de verdad la fiesta, la caza, vamos, las dos cosas. Primordial en este momento encontrar la zona idónea, o la zona más idónea que hayan dejado los que vinieron antes, lo ideal es que tenga buenas vistas... y pocos hombres, dirían algunos. Luego... todo es cuestión de química, o de pocos escrúpulos, según como se mire. Porque triunfar se triunfa, eso seguro...
2004. Continuará...
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Rafael Ramos -