¿Tu autobús?
CALOR. EL AUTOBÚS SE RETRASA, o yo no me he enterado todavía de los horarios. Minutos atrás, ha llovido de manera repelente, algo que nos hubiera hecho mosquear, antes, antes de que nos percatáramos de cuán necesaria es el agua. “Qué bien, ¡llueve!”, decimos, intentando no mirar nuestros zapatos chirriando, nuestros tejanos pegados a la piel, nuestras gafas llenas de puntitos, nuestro pelo aplastado. Solidarios con los problemas que azotan el mundo. Un mundo que parece que durante todo este tiempo no ha estado ahí, secándose o inundándose, según el interés del que grite auxilio. “¿Ya llueve en los pantanos, que es donde tiene que llover?”, me dijo ayer un agudo que no aguado amigo, que puntualmente me hace reír una vez por semana, algo que no tiene precio.
Tampoco tiene precio darse cuenta de que uno se ha curado. Sí, es todo un acontecimiento, que llega después de poco tiempo o de un siglo. Nos damos cuenta porque uno siente que, extrañamente, está empezando a ver de otra manera lo mismo. Algo que había pasado cien veces con cien personas distintas, y nosotros sin darle más importancia. Hasta hoy. En que notas que has notado algo. Cuidado, “algo” no va bien. Es un momento bellísimo pero a bote pronto (ya me dirás porqué, tú que te las das de valiente) pagarías por haberlo evitado.
Ay, evita, si puedes, mientras yo sonrío, y espero que te entre un sofocón, intentes resistir (como si contigo no fuera) el chorro de sensaciones que, felices de tener algo que hacer, se pegan juguetonas a tu boca. De nada servirá que intentes disimular lo indisimulable. Ni encendiendo otro cigarro, ni bebiéndote de un sorbo la copa, ni perdiéndote entre la gente, ni mirando hacia otra parte. O hacia el suelo negro y lleno de pies locos, torpes o sosos. Porque lo que acabas de sentir no tiene sentido.
Pura química. Y tú de letras, casi sereno, destilando gotitas de sudor que saben a vida y que quieren aprender a tocar la guitarra. ¿Sabes? Claro que lo sabes: muy dentro de ti y muy escondidito, debajo de todas esas capas encebolladas que yo no sé cómo no te ahogas, tienes ganas de gritar:
— ¡Viva! — ¿Perdona? — ¡Por fin llegó mi autobús!
(Quizás tampoco será ése tu autobús, ya te dije que tenías las gafas llenas de puntitos, pero que te quiten las clases de guitarra. Aprender no ocupa lugar. Así que tampoco engorda.)
Girona, 10 de junio de 2008
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Isa -