Higiene íntima - Transart 2007
¿POR QUÉ CUANDO TE HE DICHO QUE IBA A ESCRIBIR SOBRE EL CUARTO DE BAÑO tú te has puesto a reír, y ella ha puesto cara de preocupación? Escribir sobre algo que se esconde tras un pestillo no es tan extraño o ridículo. La mayoría de cosas que realmente pensamos esperan con el culo dormido y frío a que nos decidamos de una vez a abrir la puerta. Esperan ser dichas. O al menos que les digamos que no van a serlo, así se dejarán de esperanzas engordadoras de sueños que acabarán explotándoles en la cara. “Soy tu pesadilla, ¿te importaría dejar de sudar? Se me están calando los huesos.”
Cuarto de baño, lugar donde uno se encuentra o se esconde, donde caben los llantos que dan hipo, los roces que necesitamos darnos y escuchar, los próximos cambios de nuestras vidas, los rollos de mentiras, el champú con todos sus idiomas y las cajas de pastillas que sobornan ojos o que prometen hacer olvidar penas. El maquillaje insistente en tapar boquetes, el vaho (y todas las paredes abiertas a la inspiración cursi) y el valeroso pis.
La zona más neutral del resto de tu casa, que toma vida en cuanto cierras la puerta tras de ti y te sientes seguro. Ya puedes desnudarte. O empezar a disfrazarte. Dime la verdad o déjate crecer la nariz. Y no olvides tirar de la cadena y lavarte las manos, después de maldecir a alguien, porque no te quiere, o porque olvidó cortar el papel por los puntitos… ¿Quién no quiere a quién?
La bañera. Me quito todo lo que me sobra y sólo me lleno de aire y me tapo con agua. El aire lo iré soltando poco a poco, hasta que sienta que me falta un segundo para dejar de respirar. Puede parecer estúpido, pero uno tiene la sensación de que está haciendo algo casi místico. Mis dedos arrugados serán los que me marquen la hora, algo que no me importa, como tampoco lo hará el que me entre agua en los oídos al sumergirme, o que el jabón no dé la espuma deseada por mucho que insista en patalear hasta que me dé un calambre, o que no haya logrado jamás disfrutar haciendo el amor después de que la última vez que lo intentase casi le rompiera la mandíbula a mi acompañante. Sin olvidar que a día de hoy no exista nadie que haya podido fumarse, enterito, un cigarro.
Tu momento bañera. Un momento lleno de glamour, con todas las burbujitas que te sugiere esa palabra. El momento del llanto compartido, como lo describió el genio de ideas rotundas y que ha decidido quitarse el albornoz. En el tiempo que tardan en desempañarse las baldosas, y se borren las letras de un nombre, dejará de estar entusiasmado en sumar razones para estar triste cuando, verdaderamente, lo fascinante es sumar razones para todo lo contrario. Estreñidos o sueltos. Lo más limpios posible, tras la necesaria higiene íntima, y sin miedo alguno a ensuciarnos, pronto, de nuevo.
El espejo. Es un traidor, porque prometió guardar mis secretos, los mismos que a las pocas o a las muchas horas acabará publicando en mi cara mientras me enjuago la boca.
— Hablas demasiado.
— A mí no me engañas.
— Siempre tienes que decir la última palabra.
— Soy la última palabra.
— Voy a partirte la cara.
— Siete años de mala suerte.
Sin un ápice de vergüenza, te mostrará la belleza, la fealdad. Y el tiempo. Allá tú y tus ánimos guerreros o derrotados. Y la lucha. Un tipo que siempre va despeinado y que ha reinventado cómo abrocharse las camisas me dijo una vez: “la indiferencia mata”.
Ya, a mí también me resulta sospechoso dejar para el final el tema taza agujereada o váter. ¿Estaré yo también contagiada de pudor? Puede ser, con tanto bicho suelto… A veces, sólo nosotros somos capaces de apreciar como no se merecen nuestros propios efluvios, sólo porque son nuestros. A veces, nos es imposible retener algo que tiene más prisa por salir de nuestra vida que nosotros audacia porque todo tenga lugar en su momento y espacio oportuno. A veces, por más que insistamos, nos resulta difícil desprendernos de algo que no nos hace felices. A veces, debiéramos aceptar que, lo que sobra, debe salir.
Girona, principios de agosto 2007
1 comentario
xavi jj -
Nos vemos, un abrazo