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Sin contar las cucarachas

Sin contar las cucarachas

PERFECTO DÍA HOY. La temperatura ha bajado en cuestión de horas lo suficiente para que el otoño se presentara de repente, con un bofetón en la mochila. Vengo a merendar, me ha dicho, traigo tequila en la cantimplora. Mis labios cortados ya me quisieron avisar hace un par de días, pero yo, ilusa siempre, ni caso. También se ha pasado por aquí la lluvia, tan maleducada en esta época, que me ha recordado que estoy baja de ánimos. Gracias, no era necesario, no entiendo cómo se empeñan algunos en repetir cien veces las cosas que a uno no gustan, y que de sobras conoce. Y permite, aunque no sepa decir por qué ni quiera convencer a nadie de que lo sabe. Tienes mala cara, ese chico no hace para ti, no te preocupes, ya encontrarás novio, qué culo tan raro te hacen esos pantalones, y... si dejas el trabajo, ¿de qué vivirás?... Sí, ya lo sé, ya lo sé. Admiro la capacidad de dar de los que aman. Cuando yo sólo quiero que me dejen en paz.

 

El otoño se entremezcla con los cambios que me están tapando, y que tanto pesan. Como el edredón  que no sabes bien cuándo poner. Y que en esta ocasión se ha puesto solito. Las personas cada vez importamos menos. 

 

La ventana por la que miro se ha propuesto enseñarme poco. Antes, descubrir la catedral, a lo lejos, me hacía sentir orgullosa, no me preguntes porqué, las cosas más tontas producen en la gente como yo sentimientos dispares. La catedral de la ciudad que me acoge, y que tan poco quise, orgullo; mi madre, que sólo habla para reñirme, ternura; mi sobrina de pocos meses, que ya me sonríe, miedo; yo misma, cansancio cuando no locura. Ahora pisos que aparecen más rápido que una arruga me obligan a mirar ladrillos sin gracia. Con la poca poesía que encuentro en un ladrillo, o en un millón de ellos, por muy bien colocaditos que los hayan puesto a todos. Muchas gracias, señor constructor, que un día me prometiste el cielo y hoy me ofreces obra vista.   

 

— Oye, cariño, eso que estás haciendo que te dé dinero, porque si es para perder el tiempo... para perder el tiempo ya estoy yo...

— Hay palabras que se dicen, sí, pero que no son necesarias.

— Sí, ya, pero que te dé dinero...  

 

Dinero. Nunca algo tan repugnante gustó tanto. Sin contar las cucarachas, claro.  

 

Girona, 12 de octubre de 2004  

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